Carlos Duguech
Analista internacional
“Con uno de los países de muy mala prensa del mundo” habría que agregarle al título de esta columna. Desde hace cuatro décadas que el tema es recurrente en mis análisis sobre la cuestión nuclear y la escalada que se inicia en 1945. No en Hiroshima y Nagasaki, “prueba de campo”, sino en Álamo Gordo, desierto de Nevada, en los EEUU. Allí, cuando el plan secretísimo “Manhatan” culmina con el ensayo de laboratorio de un artefacto explosivo nuclear el 16 de julio, empieza la era atómica. La historia tiene tres puntos sucesivos de una secuencia atómica perversa en el año 1945: 1º) 16 de julio prueba de laboratorio. 2º) 26 de julio, ultimátum a Japón para su rendición incondicional por EEUU, China y Gran Bretaña. Un ultimátum de 13 puntos, en los que nada se decía de la indemnidad del emperador Hirohito, porque la rendición que se exigía era incondicional. Era obvio entonces (y hoy) que Truman especulaba con el “no” por respuesta. Lo necesitaba y lo provocaba (al no excluir al emperador de lo incondicional, una cuasi divinidad en Japón) 3º) Luego de los continuos bombardeos con bombas incendiarias por cientos de aviones B-29 gigantes cuatrimotores, se marginaron cuatro ciudades (Kokura, Hiroshima, Niigata y Nagasaki) para someterlas a la “prueba de campo” de las dos únicas bombas atómicas que habían construido en EEUU. El “no” al ultimátum le abrió las puertas a Truman para el “OK” al bombardeo. Hiroshima, el 6 de agosto (uranio) y Nagasaki, el 9 de agosto (plutonio). Con la primera, suficiente como para que Japón se rindiera. Como era prueba de campo había que saber cómo se comportaba la otra, la de plutonio. Una oportunidad única para evaluar el arma que se poseía. Ya experimentada. ¡El propio Churchil en su libro de memorias da cuenta de que no era necesario el bombardeo atómico para la rendición japonesa!
El legítimo temor
Japón, con esa prueba de campo, le dio legitimidad a la perversa capacidad destructora de las armas nucleares. Luego suceden los avances investigativos y productivos y se encolumnan como potencias nucleares (en lo bélico) la ex URSS, China, Gran Bretaña y Francia. Más tarde se suman Pakistán, India (sí, la de Gandhi), Israel y Corea del Norte. Sólo imaginar cómo la tecnología avanzó sobre todo para tener idea cómo son las armas nucleares después de ¡77 años! de evolución tecnológica en todo.
Irán, el de mala prensa
Casi todo Occidente tiene a la República Islámica de Irán entre los “malos” de todas las películas. Donde quiera que se mencione a Irán, se lo hace como lo que es; un estado teocrático con dirigencia fundamentalista que reemplazó, revolucionariamente, al régimen del Sha de Persia Reza Pahlevi, aliado incondicional de EEUU, y este país de “La América” enamorado del petróleo de la región. El Irán de los ayatolas es mal visto en occidente y particularmente por Israel por su influencia y participación en países de la región enfrentados con el estado judío. Sólo leer las declaraciones en distintos foros del que fuera primer ministro de Israel, Benjamín Natanyahu, basta para darnos cuenta de cómo es mirado en la región el Irán teocrático. Se lo acusó siempre, desde casi todos los ángulos: los políticos y geográficos. Ven a Irán como un estado camino a transformarse en una potencia nuclear (en términos bélicos). Hasta desaprueban sus acuerdos nucleares.
¡Quién lo hubiera dicho!
Fue lo que categorizo cómo la diplomacia creativa, en clave de hazaña esta vez lograra un triunfo. No era imaginable que un país -luego de una revolución en contra del sistema de los emperadores- se transformara en una república islámica como lo es Irán. Y que un programa nuclear independiente y tan temido -por aquello de que lograrán la bomba nuclear- algún aciago día se concretara. Frente a ese panorama, con algo de raíces en la acotada realidad y más en elucubraciones fantásticas de los líderes de los países oponentes al régimen, tomó cuerpo una fórmula con números. Hay que decirlo, con números de un significado superlativo en el orden internacional. Jamás antes hubo algo así. He ahí la trascendencia del hecho diplomático de un acuerdo de pura creación: G5+1 con Irán. De la traducción surge “Grupo de los cinco países del Consejo de Seguridad (ONU) únicos miembros permanentes (¡desde hace 77 años!) y únicos poseedores de armas nucleares “autorizados” por el TNP (Tratado de No Proliferación Nuclear). Lo que sigue al signo + en la fórmula es Alemania, ¡nada menos! Ese singularísimo acuerdo internacional se suscribió en Viena el 14 de julio de 2015, luego de complicados y difíciles dos años de negociaciones. Así se llegó a la firma de lo que se llama Plan de Acción Integral Conjunto (Jcpoa, por sus siglas en inglés)
A partir de ese acuerdo con el G5 +1, la República Islámica de Irán empezó a ver atenuados los reiterados calificativos a la que era sometida, aunque subsisten muchos de ellos. La OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica) con sede en Viena empezó a tener protagonismo en el control y seguimiento del acuerdo. Nada menos que controlar que Irán solamente avanzaría en cuestiones de energía nuclear ligada al uso pacífico y no al bélico. Así de simple. Así de trascendente. Debe hacerse notar que Irán ratificó su pertenencia al TNP en 1968. El gobierno de Israel, que nunca firmó el TNP, a menudo le enrostraba Irán su vocación de ser estado nuclear bélico.
Y Trump, ¿qué dijo?
Se metió con el “cambio climático” (Acuerdo de París) para descalificarlo y no lo apoya; después de 32 años pateó un tablero de una jugada de ajedrez magistral entre Reagan y Gorbachov en 1987 de los euromisiles, lo que significó que Putin hiciera lo mismo; y en mayo de 2018 decide unilateralmente salirse de la fórmula G5+1 traicionando a sus cuatro acompañantes (Gran Bretania, Rusia, China y Francia y también Alemania y al propio Irán. A este le vuelve a aplicar sanciones. ¿Y qué hace Irán? ¿Qué haría cualquier país del mundo en semejante situación? Intenta devolver con la misma moneda. No se siente obligado por un tan elaborado acuerdo con seis naciones. A partir de entonces los países que deciden permanecer hacen esfuerzos de todo tipo para que el acuerdo no se caiga. La OIEA, cuyo director general es el argentino Rafael Mariano Grossi, se desvive por hacer todo lo que está a su alcance. Tarea parecida al esfuerzo recurrente del pobre Sísifo. ¡Muy pesada y grande la piedra!
Seguir y seguir
“No hay otra”, dirían los que con pocas palabras fijan su posición. Se hace necesario exprimir los recursos de la diplomacia creativa para lograr que, aun sin los EEUU, en una primera etapa, se consoliden los puntos del acuerdo y que la OIEA pueda acceder a su trabajo en Irán como lo venía haciendo. Fue tan valioso acordar con los iraníes para que no destinen sus recursos y trabajos a la utilización bélica de la energía nuclear que sería la bancarrota del sistema de acuerdos que todo caiga por culpa de un irresponsable como Trump. Así haya sido nada menos que el presidente de una potencia nuclear, económica y política como los EEUU. Da cuenta de su alterada mente su propio accionar delictivo contra el Capitolio de su patria. Todo dicho.